En
medio de la quejosa ágora del mundo globalizado, el ensayo Contra la nueva educación, del profesor de secundaria y músico
Alberto Royo, trata de constituirse como la necesaria apología de una educación
fundamentada en el conocimiento. Su defensa de la formación clásica, por
cierto, se asienta sobre la dialéctica, porque pensar, como señaló Gustavo
Bueno, es pensar contra alguien. De ahí que el título sea tan apropiado para
hacernos conscientes que la educación racional, ciudadana y humanista debe
legitimarse a través de la oposición al pensamiento débil y a la retórica
sofista que sustentan la pseudociencia de la pedagogía posmoderna.
Desde
luego, la pedagogía es una disciplina seria cuando actúa como ciencia de la
educación, pero no es precisamente esta, su verdadera faceta, la que hace
presencia en los medios de comunicación; nos encontramos, en cambio, con la
verborrea curandera del coach, la flipped classroom, el mindfulness y demás restante. Si fuese
anglosajón me avergonzaría de que mi cultura, de la que nació Paradise Lost, The Portrait of a Lady, The
Wasted Land, Tristram Shandy, King Lear, Ode on Melancholy o Ulysses,
haya acabado produciendo este vómito léxico de autoayuda que subyuga la
interpretación de la naturaleza humana a los preceptos leves de la New Age y a la ideología gremial y
depredadora del espíritu empresarial. Mucho me temo que dicha cultura se ha
ganado a pulso burlas como la incluida en este meme:
El
ensayista, hastiado de la continua inferencia en su profesión por parte de
expertos que desconocen la realidad de la secundaria, arremete contra los tres
pilares del discurso de la supuesta innovación educativa: el totalitarismo
tecnológico, la tiranía emocional y la obsesión emprendedora.
A
menudo se afirma que cualquier chaval puede acceder hoy a toda la información
del mundo con solo realizar una búsqueda en el móvil. Parece que esto mismo no
se pudiese hacer antes visitando una biblioteca; es probable que te ahorres
media hora de paseo, pero como compensación sabes que estás consultando una
bibliografía contrastada y escrita con rigor. En internet los datos se
presentan, en su gran mayoría, de forma caótica e inconsistente. Por otra
parte, es cierto que existen cada vez más plataformas serias, con fuentes
contrastadas y un respaldo académico; no obstante, para un alumno de secundaria
es difícil acceder a ellas, bien por desconocimiento de dichas plataformas,
bien por no estar capacitado aún para comprender realmente los contenidos de
cada especialidad. Los recursos informáticos en la docencia son un apoyo, no un
sustito ni una forma de trivialización del saber. La información por sí sola no
entraña comprensión ni conduce a la sabiduría, el dato desgajado solo aporta
una cierta erudición vacía. El conocimiento de cada disciplina se articula en
un sistema y sin la educación es difícil construir al menos el esqueleto que
permite más adelante introducir de manera pertinente nuevas informaciones. Sin
memoria, por otra parte, es imposible pensar, porque las ideas nacen de unos
hechos y unos razonamientos. El aprendizaje memorístico es el único que
capacita al alumno como poseedor de un saber y unas competencias; conviene no
olvidar que las Musas son hijas de Mnemósine. De la nada, nada sale.
En
segundo lugar, el autor señala cómo el imperio de las emociones se afana en
sustituir los contenidos de las distintas disciplinas. ¿Para qué resolver una
ecuación de segundo grado, interpretar un texto lírico, conocer las categorías
del reino animal o entender las ideologías que se enfrentan en las Guerras
Carlistas? Sabemos comprender a los demás, gestionar la tristeza y ser muy
cooperativos. Parece que los que abogamos por una enseñanza racional somos
personas desalmadas, frías y maquinales. Es difícil discernir quién ha dotado a
estos popes de la enseñanza de la potestad para dictar cómo debemos vivir con
nuestras emociones. Si hubiesen comprendido lo más mínimo acerca del arte, se
habrían dado cuenta de que el tratamiento de las emociones que desarrollan las obras más significativas de nuestra cultura es infinitamente superior a su
reduccionismo emocional de autoayuda. Pero, claro, imagino que todo esto ni lo
conocen ni lo comprenden. Los nuevos teóricos de la educación no son
conscientes de que, al eliminar la tradición y la reflexión profunda, la
creatividad se transforma en una baratija vacía y superficial; el mundo no nació ayer y
aquellos que quieren inventar sin haber recibido y sopesado las lecciones del
pasado no harán sino repetir de una forma burda y simplista lo que otros,
mejores que él, ya dijeron con más acierto. La verdadera creatividad es algo
mucho más exigente, y las emociones, algo más complejo y serio que un taller
de empatía. Ninguna actividad me ha proporcionado un grado de
comprensión de los demás y de mí mismo semejante al de la verdadera literatura, algo
demostrado por la experiencia de millones de personas y por estudios empíricos
de neurología, no por intuiciones o hipótesis.
Por
último, el libro pone énfasis en el adoctrinamiento emprendedor de base
neoliberal que infesta las perspectivas educativas. El ciudadano culto y
reflexivo es casi impermeable a la manipulación publicitaria e ideológica;
quizá se deba a este hecho que lo que hoy parece promoverse es crear esta
atmósfera de sentimientos fáciles, fake
news, sensacionalismo y fe en una idea subyugadora como lo es el mercado.
Llegados a este punto, nos damos cuenta de que la paranoia emocional de la
nueva educación únicamente persigue generar trabajadores motivados, no personas,
y que el brillo tecnológico del progreso lo cobran las multinacionales del
Nasdaq 100. Personalmente, considero que el capitalismo, pese a sus gravísimas
consecuencias en muchas vidas, es el sistema económico más solvente que ha
generado la Historia hasta el día de hoy, lo cual no es mucho decir viendo de
dónde venimos. Creo que, como sostiene Antonio Escohotado, es preferible ser
amigo del comercio a convertirse en su enemigo y abrazar la miseria; aun así,
conviene no confundir la aceptación con el fundamentalismo. Entregar nuestro
porvenir al mercado sin ninguna reserva conlleva un gran peligro porque una
sociedad neoliberal da pie a un radical campo de batalla en el que perdedores y
frustrados son mayoría. Que se necesiten emprendedores no convierte a esa
supuesta competencia educativa del espíritu empresarial en una disciplina
científica o hecho cultural que merezca impartirse en las escuelas. Es economía
lo que debe enseñarse y no las diez supuestas reglas para hacerse rico que
proponga el bróker de turno.
No
obstante, al final resulta que una sociedad tiene la educación que quiere. De
lo contrario, no padeceríamos programas destinados a formar enterpreneurs, técnicos (preferiblemente
analfabetos fuera de su especialidad) y,
con especial incidencia, consumidores de sentimientos publicitarios.
Excelente reflexión. Muchas gracias.
ResponderEliminarGracias a ti por leerlo!
EliminarGran entrada, que invita a la reflexión de uno. Muy bien escrita!
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