Pensamientos contra la nueva educación


En medio de la quejosa ágora del mundo globalizado, el ensayo Contra la nueva educación, del profesor de secundaria y músico Alberto Royo, trata de constituirse como la necesaria apología de una educación fundamentada en el conocimiento. Su defensa de la formación clásica, por cierto, se asienta sobre la dialéctica, porque pensar, como señaló Gustavo Bueno, es pensar contra alguien. De ahí que el título sea tan apropiado para hacernos conscientes que la educación racional, ciudadana y humanista debe legitimarse a través de la oposición al pensamiento débil y a la retórica sofista que sustentan la pseudociencia de la pedagogía posmoderna.

Desde luego, la pedagogía es una disciplina seria cuando actúa como ciencia de la educación, pero no es precisamente esta, su verdadera faceta, la que hace presencia en los medios de comunicación; nos encontramos, en cambio, con la verborrea curandera del coach, la flipped classroom, el mindfulness y demás restante. Si fuese anglosajón me avergonzaría de que mi cultura, de la que nació Paradise Lost, The Portrait of a Lady, The Wasted Land, Tristram Shandy, King Lear, Ode on Melancholy o Ulysses, haya acabado produciendo este vómito léxico de autoayuda que subyuga la interpretación de la naturaleza humana a los preceptos leves de la New Age y a la ideología gremial y depredadora del espíritu empresarial. Mucho me temo que dicha cultura se ha ganado a pulso burlas como la incluida en este meme:
https://i.warosu.org/data/lit/img/0067/69/1435872014227.jpg

El ensayista, hastiado de la continua inferencia en su profesión por parte de expertos que desconocen la realidad de la secundaria, arremete contra los tres pilares del discurso de la supuesta innovación educativa: el totalitarismo tecnológico, la tiranía emocional y la obsesión emprendedora.

A menudo se afirma que cualquier chaval puede acceder hoy a toda la información del mundo con solo realizar una búsqueda en el móvil. Parece que esto mismo no se pudiese hacer antes visitando una biblioteca; es probable que te ahorres media hora de paseo, pero como compensación sabes que estás consultando una bibliografía contrastada y escrita con rigor. En internet los datos se presentan, en su gran mayoría, de forma caótica e inconsistente. Por otra parte, es cierto que existen cada vez más plataformas serias, con fuentes contrastadas y un respaldo académico; no obstante, para un alumno de secundaria es difícil acceder a ellas, bien por desconocimiento de dichas plataformas, bien por no estar capacitado aún para comprender realmente los contenidos de cada especialidad. Los recursos informáticos en la docencia son un apoyo, no un sustito ni una forma de trivialización del saber. La información por sí sola no entraña comprensión ni conduce a la sabiduría, el dato desgajado solo aporta una cierta erudición vacía. El conocimiento de cada disciplina se articula en un sistema y sin la educación es difícil construir al menos el esqueleto que permite más adelante introducir de manera pertinente nuevas informaciones. Sin memoria, por otra parte, es imposible pensar, porque las ideas nacen de unos hechos y unos razonamientos. El aprendizaje memorístico es el único que capacita al alumno como poseedor de un saber y unas competencias; conviene no olvidar que las Musas son hijas de Mnemósine. De la nada, nada sale.

En segundo lugar, el autor señala cómo el imperio de las emociones se afana en sustituir los contenidos de las distintas disciplinas. ¿Para qué resolver una ecuación de segundo grado, interpretar un texto lírico, conocer las categorías del reino animal o entender las ideologías que se enfrentan en las Guerras Carlistas? Sabemos comprender a los demás, gestionar la tristeza y ser muy cooperativos. Parece que los que abogamos por una enseñanza racional somos personas desalmadas, frías y maquinales. Es difícil discernir quién ha dotado a estos popes de la enseñanza de la potestad para dictar cómo debemos vivir con nuestras emociones. Si hubiesen comprendido lo más mínimo acerca del arte, se habrían dado cuenta de que el tratamiento de las emociones que desarrollan las obras más significativas de nuestra cultura es infinitamente superior a su reduccionismo emocional de autoayuda. Pero, claro, imagino que todo esto ni lo conocen ni lo comprenden. Los nuevos teóricos de la educación no son conscientes de que, al eliminar la tradición y la reflexión profunda, la creatividad se transforma en una baratija vacía y superficial; el mundo no nació ayer y aquellos que quieren inventar sin haber recibido y sopesado las lecciones del pasado no harán sino repetir de una forma burda y simplista lo que otros, mejores que él, ya dijeron con más acierto. La verdadera creatividad es algo mucho más exigente, y las emociones, algo más complejo y serio que un taller de empatía. Ninguna actividad me ha proporcionado un grado de comprensión de los demás y de mí mismo semejante al de la verdadera literatura, algo demostrado por la experiencia de millones de personas y por estudios empíricos de neurología, no por intuiciones o hipótesis.


Por último, el libro pone énfasis en el adoctrinamiento emprendedor de base neoliberal que infesta las perspectivas educativas. El ciudadano culto y reflexivo es casi impermeable a la manipulación publicitaria e ideológica; quizá se deba a este hecho que lo que hoy parece promoverse es crear esta atmósfera de sentimientos fáciles, fake news, sensacionalismo y fe en una idea subyugadora como lo es el mercado. https://pmcvariety.files.wordpress.com/2013/12/the-wolf-of-wall-street.jpg?w=1000Llegados a este punto, nos damos cuenta de que la paranoia emocional de la nueva educación únicamente persigue generar trabajadores motivados, no personas, y que el brillo tecnológico del progreso lo cobran las multinacionales del Nasdaq 100. Personalmente, considero que el capitalismo, pese a sus gravísimas consecuencias en muchas vidas, es el sistema económico más solvente que ha generado la Historia hasta el día de hoy, lo cual no es mucho decir viendo de dónde venimos. Creo que, como sostiene Antonio Escohotado, es preferible ser amigo del comercio a convertirse en su enemigo y abrazar la miseria; aun así, conviene no confundir la aceptación con el fundamentalismo. Entregar nuestro porvenir al mercado sin ninguna reserva conlleva un gran peligro porque una sociedad neoliberal da pie a un radical campo de batalla en el que perdedores y frustrados son mayoría. Que se necesiten emprendedores no convierte a esa supuesta competencia educativa del espíritu empresarial en una disciplina científica o hecho cultural que merezca impartirse en las escuelas. Es economía lo que debe enseñarse y no las diez supuestas reglas para hacerse rico que proponga el bróker de turno.

No obstante, al final resulta que una sociedad tiene la educación que quiere. De lo contrario, no padeceríamos programas destinados a formar enterpreneurs, técnicos (preferiblemente analfabetos fuera de su especialidad)  y, con especial incidencia, consumidores de sentimientos publicitarios.

En conclusión, Contra la nueva educación es un manifiesto a favor una enseñanza basada en el conocimiento, el esfuerzo, el rigor y la cultura. Una propuesta, por cierto, mucho más humana que el autoritarismo de “la letra con sangre entra” y superior, desde luego, a la vana escuela de las emociones financieras.

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