La chica de las mil caras

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.

En la anterior entrada he hablado de varios de los grandes profesores que he tenido durante todos estos años. Ahora es el turno de aprender de los mejore, es decir, de escuchar con los ojos a los muertos, a la manera de Quevedo. Sé que estamos en Halloween y suena un poco creepy (sí, es una costumbre impuesta culturalmente dese el imperialismo mediático anglosajón, pero, seamos sinceros, ¿con qué vamos a contrarrestar algo tan naive y tan divertido? ¿Con el día de todos los santos? Bueno, no os preocupéis, en España se inventó la novela moderna), pero no van por ahí los tiros. Hoy en realidad pretendía hacer un recuento sucinto por algunos grandes momentos.

Esta entrada, en realidad, habla de la educación estética, sentimental, social, filosófica, política, histórica, personal y ética que nos proporciona la atenta lectura de nuestro legado cultural. Por supuesto, una educación así, aunque puede (y debe) comenzar en el aula, rebasa increíblemente cualquier formación institucional. Son muchos los descubrimientos: Calderón, Rulfo, Huidobro, Tanizaki, Don Delillo, Fernández Mallo, Blake, Gorodischer, Juan Ramón, Baudelaire, Huysmans, Milton, Valente, Mallarmé, Flaubert, Safo, Esquilo, Vallejo, Dante, Virgilio, Sófocles, Pizarnik, Snorri, Cervantes, Góngora, Poe, Houellebecq, Hesse, Borges, Lautréamont, Clarín... Y esto solo es una pequeña parte de la literatura, solo una de las siete artes; desde luego, el mundo es un lugar inmenso. Detrás de cada gran obra se esconden indelebles conquistas de la inteligencia humana; no podemos permitirnos el olvido, sería sin duda el mayor fracaso educativo de tres mil años de civilización.

Haced caso a Loquillo, que aquí canta letras de poeta:

Sé buena, dime cosas incorrectas
desde el punto de vista político. Un ejemplo:
que eres rubia. Otro ejemplo: que Occidente
no te parece un monstruo de barbarie
dedicado a la sórdida tarea
de cargarse el planeta.




Creo que ahora me toca hablar de varios autores que forman una parte muy importante de mi vida: Rimbaud, Shakespeare, San Juan de la Cruz y Dostoievski. Apenas daré unas pinceladas.

En las novelas de Dostoievski descubrí a los personajes más terribles y más humanos que haya conocido: Raskolnikov, Stavroguin e Iván Karamázov. Se trata de personas arruinadas a causa de una sublime idea de progreso que pretende construir un nuevo mundo sobre las cenizas de una sociedad hundida en una crisis de valores irreparable.

En Shakespeare, como señalaba Antonio Machado, encontramos a un poeta que crea poetas, pues precisamente eso son sus más impresionantes criaturas teatrales: Hamlet, Lear, Macbeth, Cleopatra, Edmund, Otelo, Falstaff, Yago, Ofelia, Lady Macbeth, etc. La terrible fuerza de los versos de Macbeth nos arrastra a las más violentas pulsiones humanas de exterminio. Leer o escuchar estas obras es la forma más intensa de introspección que nos ofrece la literatura.


San Juan de la Cruz es el poeta más fascinante de la literatura española (el mejor seguramente sea Góngora). En el Cántico espiritual hallamos una forma de expresión tan honda y llena de vida que parece casi imposible para los límites del lenguaje. En sus versos sensitivos recoge una búsqueda de amor y plenitud que va más allá de cualquier tentativa.

Arthur Rimbaud, un adolescente superdotado y terrible, escribió los poemas más deslumbrantes de toda la modernidad. Creo que muy pocas veces la literatura ha servido de cauce a un pensamiento tan salvaje y lúcido. Su biografía es un monumento a la huida, la infancia perdida y la constante persecución de la verdadera vida. Quiza su inteligencia tuvo demasiada hambre de aventuras y de belleza.

Estos escasos apuntes apenas llegan a ser una muestra de la necesidad humana de enseñar a las generaciones venideras las consquistas de la cultura. Esa es la educación en la que creo.

Por cierto, La chica de las mil caras es un poema de Luis Alberto de Cuenca en el que debemos adivinar la identidad de su interlocutora, la fascinante chica de las mil caras. A ver si alguien consigue resolver el acertijo que da sentido a esta extensa entrada:


Todo tu cuerpo es un inmenso brote de espinas,
pero las aves siguen comiendo en tus manos
y cantan en el bosque como si nada.
Por las noches me enseñas el universo:
hoy han sido las costas de Islandia,
la Edda de Snorri y la promesa de Winland.
Como tu cuerpo está erizado de agujas,
necesito almohadones para amarte;
luego despierto enganchado a tus labios,
cuando el sol es un punto negro en el cielo.
Si hablas, tu voz es una cascada
que arrastra cadáveres y policías de uniforme.
Hablas en verso, como Ovidio y Lope,
como el precoz escaldo Egil Skallagrimsson.
A veces te interrumpo. Tus besos llevan oro,
como las Noches de Stevenson o de Mardrus.
Son algo tan brillante. Como una nueva infancia.
No sé si tu destino es catalogar manuscritos,
si has sido bibliotecaria en Alejandría.
Un día vi cómo perseguías a un jabalí en Dordoña
(esa noche soñé con el Monarca Oscuro).
Podría hacerte un lecho de lirios o de rosas,
aunque preferiría cubrirte de alacranes.
Luego descifraríamos papiros mágicos y emblemas.
No sé cómo decirte lo mucho que te amo.
Hace siglos que desaparecieron los torneos.
Jesús sigue muriendo cada día. Hasta cuándo.
Pero Clodoveo decía que el Gólgota no sería famoso
si él hubiese estado allí, en Jerusalén, con sus francos...

Antes leíamos novelas bizantinas, escuchábamos discos,
no encendías jamás la luz en el desván.
Me parecía haber vivido dos veces los momentos
y bebía del suave terminarse de tus ojos.
Algunos dioses se nos antojaban ridículos:
Júpiter, por ejemplo, todos los que mandaban.
Pero las ninfas de las fuentes, los elfos, los dragones,
Mae West y Miriam Hopkins compensaban la perdida.
Hacer versos, nadar, dar de comer a un pájaro,
ejercer de sportwoman como Diana Palmer.
Buscábamos tesoros en el jardín de tus abuelos,
bajo ese sol de Heráclito que sigue sin ponerse,
con una Jolly Roger ceñida a la cintura,
saqueando glorietas y naufragando en la piscina.

Y ahora que está aquí, mi amor,
tú que eres todas las mujeres,
no sé si voy a ser capaz
de recordarte y recordarme.
Todos vivimos, a la postre,
en una especie de prisión
de la que no podemos salir,
en la que nadie puede entrar.
Pero consta en el Libro Único
que, a pesar de espinas y agujas,
nos amamos alguna vez
y nos amaremos tú y yo.

"Elsinore" 1972

Comentarios

  1. Hola Alberto!! Lo primero de todo tras leer esta entrada: GUAU! Admiro tu manera de escribir , lo bien que te expresas y cómo nos haces llegar tu pasión por la literatura a los que leemos tus entradas, que yo sin tener ni idea de este campo, me dan ganas de seguir leyendo curiosidades literarias!
    En cuanto al poema de 'la chica de las mil caras', me ha encantado leerlo, pero te has metido tú solito en el berengenal de tener que explicárnoslo para entenderlo correctamente jajaja yo estaré encantada de escucharte!
    Enhorabuena por tus entradas ;) Nos vemos en clase, un saludo!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario