Cyberpunk y Edad Media digital para el 2030

I've seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched c-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in rain. Time to die.

Mi previsión para el futuro no es muy optimista. Cuando nos muestran varios de avances de la tecnología y la robótica me llama la atención lo infantil de sus creadores, personas que básicamente contruyen juguetes sexuales destinados a corregir las frustaciones masculinas (en forma de actrices, cuya imagen se convierte en un fetiche onanista) e infalibles soldados mecánicos capaces de cobrarse numerosas vidas (el famoso FEDOR). No reniego en absoluto de la inteligencia artificial ni de la construcción de los androides, pues considero que obviamente estos avances podrían resultar muy beneficiosos para la sociedad (asistencia a personas dependientes, trabajos de riesgo, labores de rescate, etc.); desde luego, el problema no está ahí. Mi preocupación es la consecuente deshumanización a la que nos podría conducir un desarrollo técnico descontrolado que solo obedezca a la búsqueda empresarial del mayor beneficio a toda costa.

Este futuro donde los límites de lo individual se diluye en la red y en el que los avances técnicos más fascinantes conviven con la miseria es el universo que presenta el cyberpunk, un subgénero de la ciencia-ficción que contempla cielos "en frecuencia muerta" (Neuromancer). Se trata de un movimiento literario de la Posmodernidad con variopintos frutos cinematográficos. Las películas  más dignas de elogio dentro de esta estética son Blade Runner y Ghost in the shell, obras tan asombrosas en su planteamiento como terribles en sus implicaciones (cabe destacar que ambas gozan de excelentes segundas partes). Estas pesadillas de neón no son terribles por la visión de un mundo ultratecnológico, sino a causa del olvido que manifiestan los seres humanos hacia sí mismos. Vemos una sociedad que desconoce completamente todo aquello que nos hace grandes, a pesar de nuestra debilidad y nuestros vicios. La manera en la que el progreso actúa sobre los habitantes de esas urbes hipermasivas acaba por anular las facultades más valiosas del hombre: la curiosidad, el afán de belleza, la intuición, la complejidad del sentimiento y el deseo de conocimiento.

La pregunta que debemos hacernos es si estos avances de los que hoy tanto se alardean son algo más que un entretenimiento vacío para la clase media del primer mundo. En el caso de que no sea así, cualquier profesional, y muy especialmente los docentes, harán buen uso de todos los recursos que los avances pongan a su disposición con el fin de reforzar la efectividad de sus clases, y con el único requisito de que los medios no sustituyan ni frivolicen el saber.

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